ABC DE SEVILLA SÁBADO 4-2-95 Crítica de ópera
3 febrero 1995. «La Bohéme», de G. Puccini. Producción de Teatro de La Scala de Milán.
Interpretes: Ljuba Kazarnovskaya, Eteri Lamoris, Stuart Neill, David Pittman, Alfonso Echeverría, Iñaki Fresan, Miguel Escribir.
Vaya por delante la valoración de lo visto y oído: Esta «Bohéme» es sólo comparable con los momentos líricos culminantes de la programación operística de la Expo. El comentario lo escuché mientras el Maestranza se venía abajo cuando, al final de la función, dispensaba una atronadora ovación de diez minutos a todos los participantes, y que fue ensordecedora cuando salieron a saludar el maestro Sutej y la gran estrella de la noche, Franco Zeffirelli. Contemplando una «Bohéme» como la que Castro ha logrado montar en el Maestranza comprende uno la grandeza y la adicción que provoca la Ópera como Espectáculo-Total. Sobre todo, como en este caso, todos los elementos alcanzaron un nivel excepcional, similar al que se podría lograr en el Covent Garden o en la mismísima Scala. El propio Zeffirelli ya anunció días antes que esta versión sevillana era la más hermosa, fresca y vitalista de las por él preparadas desde que rubricara su producción para el coliseo milanés en 1963. Después de veintidós años, la creación del locuaz y genial realizador florentino conserva no sólo su vigencia escénica, sino capacidad sobrada para asombrar y cautivar a propios y extraños. Paisajismo asombroso En esta representación todo funcionó. Trescientas cincuenta personas (entre coros, figurantes, banda, orquesta, solistas y técnicos) hicieron el milagro. Huelga hablar de la belleza de la conocida escenografía (divulgada en vídeo en versión musical de Karajan) y de la propia dirección escénica de Zeffirelli.
«Mimí» ideal y, por si fuera poco, un antológico balance musical, tanto vocal como orquestal. La pareja protagonista bien podría encabezar cartel en el primer teatro de ópera del mundo. La moscovita Ljuba Kazarnovskaya, de fulgurante carrera (ha cantado con Karajan, Muti, Haitink o Levine) es una Mimi ideal. Me recordó a la Freni de sus buenos tiempos. Cautivó con su impostación, su brillo y densidad vocal, sus limpios sobreagudos, sus filados, su justo vibrato, sus imperceptibles portamenti y su gusto en el recitar verista. Soberbia. Y portentoso el norteamericano Stuart Neill, del que no nos cansaremos de oír hablar en las próximas décadas. Tiene el corpachón de Pavarotti y los recursos vocales y la cálida forma de cantar de Domingo. ¡Vaya mezcla!. Y con la particularidad de que se mueve con asombrosa seguridad en la zona aguda. Bordó su «Gélida manina» (ovación de gala para un esperado de pecho) y culminó con Mimí el dúo final del primer acto. La participación de ambos en la escena final llevaba la firma zeffirelliana con una dulcí- sima muerte de Mimí y la escalofriante reacción del corazón roto del imponente Rodolfo. Insuperable, grandísima figura, la ucraniana Eteri Lamoris en su frivolo y tierno papel de Musetta con sus deliciosos estallidos de agilidad vocal, su bellísima línea de canto, su cautivador timbre y su limpia emisión (delicioso su vals «Quando m’en vo»). Sensacionales los tres compañeros bohemios encarnados por Alfonso Echeverría, Iñaki Fresan y David Pittman, así como Vicente Esteve y Miguel Sola como Alcindoro y Benoit.
La buhardilla bohemia del primer y cuarto acto reflejaba el ambiente que todos alguna vez hemos imaginado al leer la novela de Murger. La invernal y brumosa atmósfera sobre el parisino paisaje nevado de la aduana de la Barriere d’Enfer es una de las más bellas muestras de paisajismo escénico nunca visto. Y el segundo acto, aplauPittman, Neill, Kazarnovskaya y Echeverría, en el Café Momus dido como el tercero nada más abrirse el telón, resultó sencillamente prodigioso, con un escenario dividido en dos planos, con el popular Café Momus abajo y un boulevard del Barrio Latino en el plano superior que parecían arrancados del mejor pincel de los maestros impresionistas. Y es precisamente en este segundo acto en el que Zeffirelli maneja a las masas (225 personas sobre el escenario) con la habilidad propia de un mago de la escena, con paseantes, banda de zapadores, hombre zancudo, malabarista, carrito de Parpignol tirado por un burrito, y unos grupos de coros y figurantes movidos con soltura y naturalidad hasta convertir la escena en un cuadro lleno de vida y de cromatismo casi irreales. Hay una doble definición de «lo clásico» -lo que no se puede mejorar o lo que no pasa- que viene al caso que ni pintado. Porque así es la producción que La Scala y Zeffirelli trajeron a Sevilla con los efectivos aportados por el Maestranza. Y si a ello se suma un vestuario fidelí- simo a la época (Zeffirelli también en esto es un «conservador») y un mágico juego de luces que formaba parte sustantiva del croEl Maestranza reunió un elenco vocal de lujo para una producción escénica legendaria El público comparó el espectáculo con los momentos culminantes de la programación de la Expo Sola, Vicente Esteve. Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de Opera de Málaga. Coro del Colegio de la Presentación, de Granada. Banda de Música Soria 9. Dirección de escena y escenografía: Franco Zeffirelli. Dirección musical: Vjekoslav Sutej. ave fanciulla») escalando, y manteniendo, el temible y compartido do opcional sobreagudo. La costumbre ya es norma, sobre todo cuando las facultades sobran, ya que en la partitura sólo figura la nota «mi». La participación de ambos en la escena final llevaba la firma zeffirelliana con una dulcí- sima muerte de Mimí y la escalofriante reacción del corazón roto del imponente Rodolfo. Insuperable, grandísima figura, de Eteri Lamoris en su frivolo y tierno papel de Musetta con sus deliciosos estallidos de agilidad vocal, su bellísima línea de canto, su cautivador timbre y su limpia emisión (delicioso su vals «Quando m’en vo»). Sensacionales los tres compañeros bohemios encarnados por Alfonso Echeverría, Iñaki Fresan y David Pittman, así como Vicente Esteve y Miguel Sola como Alcindoro y Benoit. Necesitaría para todos ellos amplio espacio laudatorio, al igual que el Coro de Opera de Málaga en esta su segunda actuación en Sevilla, tanto por su conjunción vocal como por su naturalidad escénica. Y deliciosos los niños de la escolanía del Colegio de la Presentación de Granada, cuyos orígenes conocí durante mi estancia en dicha ciudad, al igual que el entusiasmo de su directora, la admirada Elena Peinado. La orquesta, soberbia Y lección suprema de maestría, la que dictó Vjekoslav Sutej en esta su primera y esperadí- sima comparecencia en el foso en representación operística al frente de su Sinfónica de Sevilla. Ya el aficionado ha comprobado personalmente que su fama como director lírico responde a la realidad. Buen conocedor del repertorio verista, arrancó de una Sinfónica en estado de gracia toda esa torrencial y densa musicalidad pucciniana, de corporeidad casi sinfónica. Y, siempre atentísimo a las voces, concertó con sabiduría a coros, orquesta y solistas, permitiéndoles el lucimiento vocal, sin agobiarlos, dejándolos respirar, como hacían los viejos maestros italianos. Así lo apreció el público en esta gran noche de ópera.
Ramón María Serrera.